martes, 26 de abril de 2016

Disfrutar el show: el placer que no podemos olvidar

3 de abril, 2016. Wrestlemania 32. Un grupo de seguidores de la lucha libre había organizado una junta en un bar-restorán de San Miguel, en la cual se había contratado una señal exclusivamente para ver el evento magno, y yo acepté la invitación. Ya me había juntado con amigos a ver Wrestlemania años anteriores, mas esta era la primera vez en que seguía el evento en compañía de gente completamente desconocida. Más de cinco horas estuve allí, y en una simple frase, debo decir que fue una experiencia inolvidable. A pesar de no estar presentes en el AT&T Stadium en Arling, Texas, los muchachos asistentes en el bar explotaban en vítores y aplausos como si estuviesen realmente sentados en las tribunas del estadio; de hecho, hubo gente que, sin haberse enterado siquiera del evento, se unió a la tertulia movida únicamente por la emoción de quienes se encontraban presentes en el restorán. Todavía recuerdo los gritos de sorpresa frente a cada movimiento suicida en la lucha Money in the Bank, los gritos dividos entre AJ Styles y Chris Jericho, las carcajadas frente a la cómica y curiosa entrada de The New Day, y todos los muchachos del bar pidiendo a gritos que alguien apagase las luces para disfrutar mejor la entrada de The Undertaker y la Familia Wyatt (¡y me aplaudieron bastante cuando me puse de pie y efectivamente apagué las luces a pesar de los reclamos del mozo!). Y uno de los momentos más alegres del evento para mí fue cuando vi a mi ídolo, el gran Stan "The Lariat" Hansen, al ser presentado luego de su inducción en el Salón de la Fama. Al finalizar el evento, estaba feliz; feliz como nunca antes había estado tras ver un show de lucha libre.

¿Por qué estaba tan feliz? La razón es muy simple, y no tiene nada que ver con el contenido del show, con la calidad de las luchas, con las apariciones sorpresa, con las inducciones a la posteridad ni nada parecido. Estaba feliz porque, por primera vez en mucho tiempo, podía disfrutar de un show de lucha libre sin tener que escuchar las diatribas amargas de un montón de "conocedores", preocupados de temas completamente irrelevantes. No había nadie haciendo comentarios del tipo "es que había que darle un push a X", "a Y le hicieron un bury cuando perdió su lucha", "Z hizo botch cuando le aplicaron un shoot pin" y toda esa sarta de cursilerías y palabras rimbombantes en inglés aprendidas en Wikipedia o alguna página de cualquier "iluminado" de turno. Si es que había algún personaje de aquellos, en la tertulia no tuvo cabida alguna. Allí estábamos todos haciendo lo que le corresponde hacer al público de lucha libre: disfrutar el show. Departíamos como amigos, a pesar de que nos conocíamos entre nosotros, y la pasábamos bien viendo los tortazos sobre el ring. Nada de pseudointelectuales, nada de smarks, nada de reclamos sin sentidos. Solamente humildes espectadores pasándola bien.

Hay espectáculos buenos y espectáculos malos. Hay eventos entretenidos y eventos aburridos. Hay veces en que el desenlace de un espectáculo nos puede dejar felices, otras veces nos puede decepcionar. Mas lo cierto es que cuando se va a ver una obra de teatro, película, musical, partido de fútbol o cualquier otro evento público, el común de la gente va con la esperanza de pasar un rato agradable, no a fijarse en tecnicismos sin relevancia. Quien va a un espectáculo con la predisposición de amargarse por cualquier nimiedad, es muy probable que termine amargado al finalizar el evento. Y quien sigue un deporte, arte o cualquier otra disciplina, y solamente está dispuesto a ver el lado negativo, termina por perderle el gusto, y suele transmitirle esa amargura a otros. Jay Jay French, guitarrista de Twisted Sister, retrató de manera magistral esta realidad en un discurso dado durante un concierto el año 2015:

La gente se pregunta por qué bandas como Dio, Motorhead 
y nosotros seguimos volviendo a tocar en lugares como este. 
Hay una razón: las bandas de los '80 no están jodidamente 
deprimidas como todas estas nuevas jodidas 
bandas (aplausos del público). Lo único que estas jodidas bandas hacen es 
llorar, llorar y llorar: "mi vida apesta, mi novia apesta, mi trabajo 
apesta, mi jefe apesta, mi mamá apesta". ¡Si están tan jodidamente
deprimidos, vayan a un jodido psiquiatra y dejen de contaminar el putísimo aire! 
(aplausos nuevamente).  ¡Los '80 se tratan de estar en una fiesta, y eso es lo que 
hace divertido (el rock)!

Ya he hablado acerca de los smarks y la percepción que tienen los luchadores y promotores acerca de ellos en una columna anterior. Queda a discusión si son un aporte o un estorbo para el negocio, pero lo que es innegable es que entre las malas costumbres que estos personajes han introducido en la lucha libre es la actitud del hater, ese desagradable personaje que critica de manera negativa cualquier cosa que se atraviese en su camino. No importa si el evento es el más grande de la historia, no importa la calidad de los luchadores sobre el ring, no importa si fue una lucha de cinco estrellas: el hater hace sentir su odio sobre lo que vio, y se empeña en que otros compartan su odio. Suele ocurrir que esta gente afirma que determinado luchador del circuito independiente nunca llegará a la WWE porque esa empresa no sabe apreciar el talento, y otros argumentos incomprensibles. Si ocurre que el luchador mencionado recibe contrato de parte de Vince McMahon, generalmente el supuesto conocedor dirá que la nueva contratación está sobrevalorada, o que ha sido mal libretada ("bookeada", porque el smark solo utiliza tecnicismos en inglés). Tras ver un evento, el clásico comentario omitido es el de "no veo nunca más WWE" (promesa que nunca jamás va a cumplir). Puede parecer cómico, y efectivamente lo es; pero se vuelve un desagrado cuando estos personajes no permiten a los demás disfrutar del show. Llenan las redes sociales de comentarios negativos, y al final dejan la impresión en los demás de que la lucha libre es un espectáculo indigno de ver. Lejos de ayudar a mejorar el show, solamente contribuyen a alejar a posibles nuevos fanáticos y convierten el mundo de la lucha libre en un antro de sabihondos.

No estoy diciendo que no se puede ver la lucha libre con ojo crítico. Hay malos luchadores, hay malas luchas, y hay malos shows. Yo mismo tengo mi propia opinión acerca de los luchadores que conozco, y varias veces he creído que un show se podría haber hecho mejor. Lo que no es concebible es esa actitud caprichosa de pretender que todo está mal. Conocer unos tecnicismos y haber leído unas pocas biografías en Wikipedia no puede convertirnos en una camada de supuestos "intelectuales", sabihondos y amargados. Hay un placer que nunca se puede olvidar, y es el de disfrutar el show. El pasarlo bien viendo lucha junto a los amigos. El aplaudir a los favoritos, el abuchear a los villanos. El sorprenderse con una llave, movida, técnica o pirueta bien hecha. El admirar a quien se sube al ring, soñar con estar en sus zapatos, o querer ser como él. El ver a las viejas generaciones encontrarse con las nuevas, y emocionarse cuando ocurre un combate soñado. El apoyar a ese novato que aspira a conseguir la gloria. La lucha libre, en último término, lejos de cualquier análisis que se puede hacer sobre ella, está hecha para ser una fiesta, y eso es lo que la hace divertida.

Las opiniones vertidas en este blog son de exclusiva responsabilidad
del autor, y no representan necesariamente el pensamiento de alguna
compañía de lucha libre en particular.

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martes, 22 de marzo de 2016

LARIATOOO...!!!: La historia de Stan Hansen


 Me encanta la lucha libre, porque me 
paga por algo que haría absolutamente gratis

Stan "The Lariat" Hansen


"El éxito es 99% sudor, 1% inspiración" dice aquella máxima atribuida a Thomas Alva Edison. Este dicho ilustra perfectamente una realidad que se ha visto en todas las épocas de la historia: el hombre más talentoso no necesariamente es el que tiene mayor éxito. Es cierto que el talento ayuda, pero aún más cierto es que en las más de las veces quienes marcan hitos en la historia destacan más por su perseverancia y atrevimiento que por su habilidad en su disciplina; las condiciones que les faltan para alcanzar al más talentoso, las compensan con otra cualidad. En la lucha libre norteamericana esta realidad es bastante frecuente: los luchadores más icónicos no son necesariamente los mejores técnicos arriba del ring. Varios de los exponentes más famosos de la lucha libre estadounidense tenían muy poca habilidad en el ring, pero se las ingeniaban para destacar más que sus compañeros más prolijos en lo técnico. No estoy diciendo que eran necesariamente "malos" sobre el ring: lograban poner excelentes combates usando pocas movidas, o eran perversamente entretenidos por otras cualidades distintas a la técnica.

Una panza prominente. Movidas simples, poca técnica, y demasiado uso del golpe y la patada. Como vestimenta, una calza negra poco llamativa, sin estampados ni adorno alguno. Corto de vista y dueño de un par de anteojos que tras bastidores no le daban precisamente una apariencia temible. Un personaje de cowboy que los fans norteamericanos despreciaron por considerarlo demasiado repetido. Como movimiento final, una simple reata (un lariat, un lazo al cuello con fuerza). Rebelde tras bastidores, y poco amistoso con los promotores. ¿Cómo pudo una persona con semejantes credenciales llegar a convertirse en uno de los luchadores más emblemáticos de los '80 y '90? Cuatro veces Campeón Triple Corona de All-Japan Pro Wrestling (AJPW). Ocho veces Campeón en Parejas de AJPW. Cuatro veces ganador del torneo World Strongest Tag Determination League de AJPW. Ganador de varios campeonatos más en su tierra natal. El primer norteamericano en derrotar en un mano a mano a las leyendas japonesas Giant Baba y Antonio Inoki. Dave Meltzer le dio cinco estrellas a tres de sus luchas, y el Wrestling Observer Newsletter lo premió como Mejor Brawler en dos ocasiones y lo indujo a su Salón de la Fama. Inspiró a todas las generaciones posteriores a él en Japón: hasta el día de hoy, los comentaristas gritan "LARIATOOO...!!!" en su honor. John "Bradshaw" Layfield (JBL) moldeó completamente su estilo de pelea basándose en Hansen, al punto que tomó la reata como su movimiento final. Cuando en el año 2013 Kazuchika Okada fue premiado con el mejor movimiento de lucha por Meltzer, para sorpresa de todos, se trataba de una reata. En Chile, luchadores como Roberto Olivares y Segundo Santamaría quisieron incorporar la reata como movimiento final en honor a Stan Hansen. ¿Cuál era el secreto para que un hombre, en apariencia sin mayor futuro, se convirtiese en una leyenda de nuestro deporte?


Antes de comenzar a contar la historia del "Hombre malo de Borger, Texas", hay que tener un hecho histórico en claro: Stan Hansen fue exitoso en Japón, no en Estados Unidos. Hay dos buenos motivos de por qué no se suele mencionar muy seguido al vaquero en las crónicas norteamericanas de los '80. El primero de ellos es que siempre se vio opacado por luchadores más carismáticos o más técnicos que él. Aun cuando ganó algunos títulos en Estados Unidos, no tuvo el mismo nivel de arrastre que otros de sus contemporáneos como Ric Flair, Bruno Sammartino o Dusty Rhodes. El segundo, Hansen estuvo vetado por varios años en el circuito estadounidense por la pésima relación que tenía con los promotores; de hecho, fue su trabajo en Japón lo que hizo que la World Championship Wrestling (WCW) reconsiderara el traerlo de vuelta al país para darle un contrato. Cuando la WWE publicó el video de inducción al Salón de la Fama, exageró enormemente los logros de Hansen en EE.UU.; esto se debe a que la WWE no cuenta con los derechos para emitir las peleas del cowboy en AJPW, y debe recurrir a contar entonces una historia relativamente revisionista de su carrera, con breves menciones al lugar en donde efectivamente alcanzó fama y prestigio.

John Stanley Hansen no siempre fue luchador. En un primer comienzo era jugador de fútbol
americano, y tomó un empleo en la lucha libre como trabajo de medio tiempo. No obstante, después de que su equipo de fútbol se disolviera, sintió que tenía mayor aprecio por el ring y se dedicó a la lucha libre a tiempo completo. Allí fue cuando ingresó al entrenamiento bajo la familia Funk (Dory, Dory, Jr. y Terry) y trabó amistad con Frank Goodish, el futuro Bruiser Brody. Al cabo de tres años desde su debut en 1973, ingresó a la World Wide Wrestling Federation (WWWF, actual WWE), y al poco tiempo se vio enfrascado en una rivalidad con el Campeón Bruno Sammartino. En los múltiples encuentros que tuvieron, la brutalidad siempre estuvo presente, y ambos competidores solían salir magullados y ensangrentados de las peleas. En una ocasión, Hansen ejecutó un Powerslam sobre Sammartino, pero la ejecución no fue la adecuada: el receptor sufrió una fractura en el cuello. No obstante, la genialidad creativa de la WWWF la llevó a afirmar que en realidad el cuello de Sammartino se había roto por la reata de Hansen: esto dio la impresión entre los fanáticos de que la reata era un movimiento letal. En los años siguientes Hansen siguió peleando en promociones pequeñas y en la WWWF, pero tristemente siempre se vio opacado por talentos más consolidados como Bob Backlund y Pedro Morales.

Fue entonces en 1985 cuando Hansen se mudó a la American Wrestling Association (AWA), en donde llegó a ser Campeón Peso Pesado, mas la experiencia de trabajar en dicha promoción distaba mucho de ser una estadía feliz. Frecuentemente el texano tenía roces con el promotor, Verne Gagne, por asuntos de cartelera y armado del show. Tampoco tenía muy buena recepción con el público: el personaje de vaquero ya había sido empleado demasiadas veces en suelo norteamericano, y no generaba mayor interés en la audiencia. Su estilo de pelea, excesivamente simple, se veía habitualmente opacado por el talento técnico de luchadores como Nick Bockwinkel (con quien Hansen no mantenía una buena relación). Los problemas tras bastidores se acrecentaron al punto de que en una ocasión, durante un combate mano a mano, Hansen se salió de libreto y le dio una senda paliza al hijo de Verne Gagne, Greg. En aquel entonces, Greg Gagne se había hecho demasiados enemigos tras bastidores en la AWA por un asunto de nepotismo; sin tener el talento de su padre, Greg constantemente subía en cartelera, y eso exasperaba al plantel. El incidente de su hijo fue la manzana de la discordia entre Stan Hansen y Verne Gagne, y fue entonces cuando el promotor de la AWA le exigió al Campeón Peso Pesado perder el título ante Nick Bockwinkel. La respuesta de Hansen consistió en dos hechos poco amistosos: se negó a perder ante Bockwinkel, y procedió a atropellar el cinturón con un camión y enviárselo por correo a la oficina de Gagne. Tras estos incidentes, Hansen se hizo mala reputación entre los promotores norteamericanos, quienes le negaron la posibilidad de obtener un contrato de trabajo. Parecía el fin de la carrera del texano.

Hay un viejo adagio que dice que cuando se cierra una puerta, en algún otro se abre una ventana, y en el caso de Stan Hansen, la ventana se encontraba en el lejano oriente. Mientras se hallaba trabajando para la AWA, el vaquero ya había establecido contacto con promotores en Japón (otro de los tantos motivos de enemistad con Verne Gagne). Como ya se dijo en un principio, Stan Hansen era corto de vista, tenía una contextura física que distaba mucho de ser la de un físico culturista, su arsenal consistía en golpes, patadas y algunos movimientos básicos, y su personaje ya estaba demasiado visto en EE.UU. No obstante, lo que parecían debilidades terminarían siendo sus mayores fortalezas durante su incursión en Japón. En primer lugar, para compensar su falta de visión, Hansen había adoptado un estilo de golpear exageradamente fuerte, lo cual se adaptaba perfectamente al modo de lucha japonés, e imponía respeto en el camarín. En segundo lugar, Stan Hansen era gigantesco (1,93 m.) para la media japonesa, y su contextura física le otorgaba una tolerancia sin igual al dolor. En tercer lugar, el cowboy había aprendido de la escuela norteamericana el cómo ser realmente entretenido sobre el ring sin hacer demasiadas cosas, y lo aplicó de manera magistral en la Tierra del Sol Naciente. Y en cuarto lugar, su personaje de vaquero, fracasado en su tierra natal, se convirtió en una sensación entre el público japonés: la lucha libre japonesa suele no tener demasiados personajes (lo cual explica el éxito de personalidades como The Great Muta, Jushin Liger y Tiger Mask), y un vaquero era algo completamente inédito. Por último, como cualidad complementaria, Hansen era un tipo legítimamente rudo, capaz de tumbar a prácticamente cualquiera en una pelea real, y era garantía de una paliza gratuita el que alguien intentara tomarse demasiadas libertades con él o salirse de libreto en una lucha.

La primera incursión de Hansen fue en New Japan Pro Wrestling (NJPW), en donde se enfrentó a algunos compatriotas que venían de visita a Japón y talentos locales, pero su verdadero ascenso a la fama comenzó en All-Japan Pro Wrestling (AJPW). Durante nueve años (1981-1990), Hansen comenzó a volverse tremendamente popular entre la audiencia japonesa, a pesar de su papel de villano en los shows. Los japoneses solían estallar en aplausos cuando el gaijin conectaba su reata sobre el oponente al tiempo que los comentaristas gritaban agudamente: "LARIATOOO...!!!" (la cual es una costumbre que hasta el día de hoy los comentaristas japoneses conservan en honor a Hansen, cada vez que alguien ejecuta una reata). Fue allí en donde derrotó en peleas titulares a las leyendas japonesas Giant Baba y Antonio Inoki. Mas el papel de Hansen no se resumía tan solo con ser solista: demostró ser tremendamente talentoso en la lucha de parejas. Hizo alianzas con luchadores como Terry Gordy, Ted DiBiase, Genichiro Tenryu y su querido amigo Bruiser Brody (a quien también le dedicaría varias luchas en su honor tras su asesinato en 1988). En una ocasión, durante una lucha interpromocional entre AJPW y NJPW, Stan Hansen se enfrentó al feroz Vader, quien se ya se había hecho una temible reputación en el medio por su brutal estilo de golpear fuerte y sin misericordia. La pelea fue brutal de principio a fin: al hacer su entrada, Hansen golpeó a Vader con una campana de vaca que tenía amarrada a las cuerdas y le quebró la nariz. Ambos hombres comenzaron a atacarse sin piedad, y fue entonces cuando un puñetazo que lanzó Hansen a Vader le causó desprendimiento de retina; la audiencia japonesa observó con horror como el ojo del mastodonte se volteaba hacia adentro. No obstante, prosiguieron su combate a golpe limpio, el cual terminó en una doble descalificación, y acrecentó la reputación de ambos luchadores como hombres rudos. La tenacidad y brutalidad de Hansen terminó por darle el apodo de "Fuchinkan", el japonés para "El buque de guerra inundible". También en otra ocasión mantuvo un excelente combate con una leyenda de la lucha libre norteamericana, André el Gigante.

La fama de Hansen en Japón llegó a oídos de los promotores norteamericanos, y fue entonces cuando la WCW decidió contactarlo en 1990 para darle una oportunidad en la empresa. Fue allí cuando el Fuchinkan derrotó a Lex Luger por el Campeonato de los Estados Unidos de la WCW; con esta victoria, Hansen terminó con el récord de 523 de Luger. No obstante, el vaquero nunca demostró demasiado entusiasmo trabajando para Ted Turner; al mismo tiempo seguía luchando para AJPW, y finalmente decidió abandonar la WCW un año después tras negarse a participar en un ángulo con un grupo de vaqueros llamados The Desperados (Deadeye Dick, Black Bart y Dutch Mantel [a quien los fans actuales de la WWE conocen como Zeb Colter]), y nunca más volvió a luchar en su tierra natal. En los años siguientes (1991-2001), trabajó exclusivamente para AJPW, en donde tuvo algunos de los mejores combates de su carrera contra exponentes como Kenta Kobashi, Toshiaki Kawada y Mitsuharu Misawa, con quien intercambió el Campeonato Triple Corona de AJPW varias veces, además de otros excelentes luchadores de los '90. Cuando en el año 2000 Misawa abandona AJPW para fundar Pro Wrestling NOAH, se llevó a varios luchadores del plantel para trabajar con él, mas Stan Hansen optó por permanecer leal a su compañía. Tristemente, para ese entonces había desarrollado severos problemas a su espalda, y debió retirarse en pocos meses. No obstante, AJPW quiso darle el papel de una figura de autoridad en el show, cargo que desempeñó hasta el 2007, luego de lo cual se retiró definitivamente del deporte. No fue cualquier clase de retiro: se retiró como una verdadera leyenda.

Nadie es profeta en su propia tierra (Lc 4, 24-30) y en ocasiones es necesario salir de la zona de comfort para alcanzar la gloria. La historia de Hansen es el relato de un hombre que supo aprender de sus errores, convertir sus debilidades en fortalezas y salir a buscar nuevas oportunidades cuando parecía que todo estaba perdido. Así es como en la vida se logran hacer grandes cosas: mediante la perseverancia y el atrevimiento, no tanto por el talento. La biografía de Stan Hansen, vista con ojo crítico, puede ser una gran fuente de inspiración. Hace ya varios años que soy admirador de su carrera y constantemente estoy buscando su trabajo en YouTube; en particular, me encantan los combates mano a mano que llevó a cabo con André el Gigante y "Dr. Death" Steve Williams. Stan Hansen demostró que, cuando algo en la vida de verdad apasiona, siempre se hallará el medio para alcanzarlo.

Las opiniones emitidas en esta columna son de exclusiva 
responsabilidad del autor, y no necesariamente representan el
pensamiento de alguna compañía de lucha libre en particular.

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miércoles, 2 de marzo de 2016

La otra cara de la ECW: la "E" no es precisamente por "Edén"

 El día 29 de febrero, 2016, Agustín Cuesta del Team WWE Chile publicó una columna en referencia a la contribución de la ECW a la lucha libre profesional, la cual pueden encontrar aquí. Con afán de generar un debate interesante, se ha escrito esta columna como respuesta.
 
"Todo tiempo pasado fue mejor" reza aquel mito popular presente en todas las culturas de todos los tiempos. Hay quienes dicen que el hombre es un ser por naturaleza nostálgico, y esto se refleja en la tendencia del ser humano de mirar el pasado y añorar aquella época dorada en la cual todo parecía perfecto. Mas esta edad de oro solo existe en la imaginación de cada persona; todo momento en la vida de un hombre tiene sus luces y sombras. Lo que ocurre es que al recordar, cada quien prefiere mirar la luz antes de la oscuridad. Este principio individual también se aplica colectivamente: rara es la institución que habla públicamente de sus faltas anteriores. En la historia de la humanidad, jamás ha habido nación, institución, partido político, religión, estrato social, asociación u otra forma de colectividad que no posea en su historia alguna mancha negra, uno o varios incidentes de los cuales prefiere no hablar. No es que las instituciones humanas sean malas, ni pretendo criticar a quienes las integran: es casi lógico pensar que solo se hable de los momentos felices. No obstante, esta tendencia en apariencia inofensiva o bien intencionada se convierte en un verdadero problema cuando se cae en excesos chauvinistas o absurdamente parciales. Se tiende a creer que la propia institución es superior a las demás, o se construye una imagen de ella que dista mucho de la realidad. Es entonces cuando el crítico debe mirar las zonas de oscuridad y ponerlas en la balanza como contrapeso a las zonas luminosas para poder mirar de manera más objetiva y llegar a la verdad. Y como suelo decir En la Esquina Contraria, la lucha libre no es la excepción a esta realidad.

La Extreme Championship Wrestling (ECW), aquella promoción con base en Filadelfia durante la década del '90, es posiblemente la compañía de lucha libre que mayor nostalgia genera entre los fanáticos. Se cuenta el cómo ella fue el gran laboratorio forjador del hardcore experimental de los '90. Se afirma que fue la pionera en introducir al público estadounidense a la lucha mexicana y japonesa. Se reitera el cómo albergó en sus filas a grandes exponentes como "Stone Cold" Steve Austin, Eddie Guerrero, Chris Jericho, Chris Benoit, Dean Malenko, y otros tantos. Para muchos fans, Paul Heyman, dueño de la ECW, se ha convertido en un Mesías de los promotores norteamericanos, una suerte de Cristobal Colón en el oceáno del ring, un genio sin igual en la historia de la lucha libre. El luchador que participó de la ECW se ha vuelto, a los ojos de los fanáticos, poseedor de una moral socrática y una ética laboral digna de ser citada en la Rerum Novarum. Todas estas opiniones hablan de una compañía de lucha libre ideal... que solo existe en la mente de quienes tienen una visión demasiado idealizada de ella. Porque si bien es verdad que la ECW tuvo combates excelentes, ángulos entretenidos e innovaciones sin precedentes, la visión que se tiene de ella en la actualidad es una caricatura que dista mucho de la realidad; la manera en que en el año 2001 llega a la quiebra es la evidencia más clara de que no se trataba de una empresa de lucha libre ideal. ¿Por qué se ha divinizado tanto a la promoción de Filadelfia? ¿Fue realmente Paul Heyman un genio? ¿Qué hay de cierto y de mito en las historias que se cuentan?

La acusación de algunos fans a Vince McMahon y a la World Wrestling Entertainment (WWE) de haber destruido a la ECW es graciosa por varios motivos, pero dos son los principales. En primer lugar, quien expandió la visión mítica de la ECW fue la mismísima WWE. El año 2005, luego de observar los videos en Internet recopilados por algunos fans en los que se hablaba de lo genial de la Extreme, la empresa de McMahon tuvo la idea de hacer un show tributo a la empresa de Filadelfia, One Night Stand. El evento fue un éxito, es verdad; pero para poder venderlo a gran escala, era necesario crear una imagen de de marketing poderosa. Por este motivo, la WWE promocionó a la vieja ECW como una compañía que había puesto a la lucha libre de vuelta en el mapa y exageró sus contribuciones al deporte. Este hecho, sumadas a las promos ingeniosamente elaboradas para Paul Heyman, Joey Styles, Rob Vam Dam y algunos otros, en donde supuestamente se salían de libreto y "decían unas cuantas verdades" atacando el producto actual de la WWE, originaron en los fans la ilusión de una ECW llena de ideales y auténtica lucha libre. Pero lo cierto es que todo era simplemente una estrategia publicitaria de la WWE; Heyman, Styles y todos ellos reconocieron que esas promos habían sido autorizadas por la WWE e incluso la misma empresa había ayudado a elaborarlas. Y en segundo lugar, porque cuando la compañía de McMahon se hallaba en plena guerra con la World Championship Wrestling (WCW) por el monopolio del deporte, varias veces Vince dio ayuda financiera a Heyman, y además organizó eventos interpromocionales WWF v/s ECW. Cuando la ECW quiebró el 2001, fue McMahon quien puso bajo contrato a Heyman y sus luchadores, y compró su videoteca para conservarla para la posteridad. Y aún más irónico es que uno de los mayores "críticos" de la empresa de McMahon, el ex comentarista de la ECW Joey Styles, mantenga en la actualidad un contrato como Subdirector de Digital Media en la WWE.

Paul Heyman es un genio creativo, de eso no hay duda. Es un hombre con una visión extraordinaria para el nuevo talento, y su trabajo como libretista pocas veces ha sido superado. Pero Heyman es tan buen creativo como era un pésimo promotor, y fue su incompetencia administrativa y financiera la que terminó por llevar a la ruina a su compañía. Cuando en 1994 la Eastern Championship Wrestling (que luego sería la Extreme Championship Wrestling), optó por separarse de la National Wrestling Alliance (NWA) y seguir un camino independiente, la decisión fue tomada por su promotor, Tod Gordon, no por Paul Heyman; Heyman era solamente libretista, y semejante elección no recaía en él. Una vez que Gordon le vendió su parte a Heyman, este último tuvo completa libertad de inventar nuevas formas de hacer lucha libre. Su desempeño como promotor dio por resultado personajes más profundos, luchas más violentas y realistas, el ascenso de nuevas estrellas y grandes innovaciones para del deporte. Mas su genio creador contrastaba enormemente con su torpeza en la relaciones laborales y comerciales. Heyman jamás se preocupó realmente de la salud de sus luchadores: podían consumir alcohol y droga sin control alguno, y su jefe nunca se tomó la molestia de hacerles control de dopaje o enviarlos a rehabilitación; a modo de ejemplo, era para los luchadores de la ECW un chiste frecuente ver quién era el desgraciado que debía subirse al ring con un The Sandman completamente ebrio. Heyman tampoco reparaba en gastos, y una de las causas de su ruina fue el comenzar a pagar a sus luchadores unos sueldos que la empresa no podía costear; mucho menos tuvo la honestidad de decirles a sus trabajadores, durante los últimos días de la ECW, que la empresa estaba al borde de la bancarrota, y solo lo hizo cuando ya llevaba meses sin pagarles a sus empleados y la compañía agonizaba sin posibilidad de resurrección. Para finalizar el perfil de promotor de Paul Heyman, era también una persona completamente llevada a sus ideas, solía hablar más de la cuenta, varias veces entraba en conflictos con sus colegas, y llevaba su concepción de lo "extremo" a límites absurdos. Muchas veces se ha dicho que una de las causas de la quiebra de la ECW fue el no haber podido conseguir un contrato televisivo, y esto tiene mucho de verdad: Heyman consiguió con su testarudez ser vetado de todas las compañías de televisión norteamericanas. Cuando por fin la ECW consiguió ser transmitida por la cadena TNN el año 1999, el canal le exigió a Paul Heyman moderar el nivel de violencia del programa (era precisamente el exceso de violencia lo que le impedía a la ECW llegar a la televisión), petición de la cual este último hizo caso omiso, lo cual culminó en la cancelación del contrato entre ECW y TNN, y la posterior quiebra de la empresa de Filadelfia.

Varios luchadores talentosos fueron militantes de las filas de la ECW, y esto es innegable, mas es necesario aclarar qué papel tuvieron exactamente en ella. Exponentes como Eddie Guerrero, Chris Benoit, Chris Jericho, Dean Malenko, Lance Storm, Rey Misterio, Jr., Juventud Guerrera, Psicosis, Al Snow y Steve Austin integraron el plantel de la ECW, pero jamás llegaron a ser grandes íconos en ella; todos ellos fueron parte de la carta media o baja, y nunca fueron parte de la atracción principal; de hecho, Jericho y Misterio fueron libreteados para ser vapuleados por Taz en una ocasión. Estos luchadores no tenían realmente "a la ECW en el corazón": solamente fue para ellos un método de ascenso para llegar a las grandes ligas. El hecho es que el paso de estos luchadores por la ECW suele no superar los dos años de estadía. Tampoco es verdad que la promoción de Filadelfia fue "cuna de estos luchadores": Storm ya tenía una trayectoria en Canadá y Japón, Guerrero había sido estrella en Asistencia Asesoría y Administración (AAA) en México, Malenko poseía una experiencia previa de 14 años en el circuito independiente norteamericano, y así fue como ninguno comenzó su carrera como luchador en la ECW. Si bien es cierto que la ECW fue la primera en concebir mostrar lucha mexicana al público estadounidense, la empresa que realmente exhibió este estilo de lucha masivamente fue la WCW: Juventud Guerra, Rey Mysterio, Jr. Psicosis y otros tantos se volvieron famosos luchado para la empresa de Ted Turner, no para Paul Heyman. En lo que refiere a la lucha japonesa, ocurre un tanto similar: fue la alianza de la WCW con New Japan Pro Wrestling (NJPW) la que dio a conocer el estilo japonés a un público masivo. De los pocos orientales que pasaron por la ECW, ninguno fue realmente significativo para la identidad de la empresa. Hayabusa y Jinsei Shinzaki eran en realidad luchadores bajo contrato por la Frontier Martial-Arts Wrestling (FMW) en Japón, y solamente compitieron una única vez en la ECW en una lucha interpromocional ECW/FMW contra Rob Van Dam y Sabu durante el evento Heatwave '98; de hecho, mayor fue la exposición que tuvo Jinzaki frente al público norteamericano durante su tiempo en la WWF bajo el nombre de Hakushi. TAKA Michinoku tuvo un paso fugaz de menos de un año por la compañía. Si bien es verdad que Masato Tanaka fue Campeón Mundial de la ECW, solamente lo fue durante seis días (17-23 de diciembre, 1999), y su carrera verdaderamente significativa la realizó en FMW. Los únicos mexicanos y japoneses que realmente se quedaron en la ECW hasta el final y formaron parte de la identidad de la empresa fueron, respectivamente, Super Crazy y Yoshihiro Tajiri.

Incontables veces se ha dicho que en la ECW lo que realmente primaba era el wrestling: la lucha, no
el entretenimiento deportivo. Si bien las afirmaciones anteriores tenían una parte de verdad y una parte mítica, es aquí donde se debe soltar la primera carcajada destemplada, porque esta proclama no puede estar más alejada de la realidad. La ECW vio pasar por sus filas a varios luchadores talentosos en lo técnico, pero su atracción principal siempre fue el carisma antes que la técnica. The Sandman y Raven, dos de los íconos más importantes de la compañía, tenían personajes altamente llamativos, un carisma exorbitante y excelente manejo de micrófono, pero al mismo tiempo eran incapaces de mantener una buena lucha que no involucrase romperse sillas en la cabeza y palos en la espalda; en particular, The Sandman tenía una pobreza técnica tan grande, que cuando ejecutaba una movida, se la decía a su oponente en voz alta sin preocuparse de que el público lo escuchase (y cuando en una ocasión fue entrevistado acerca de este asunto, respondió "no me importa que la gente me escuche, ¡todos saben que [la lucha libre] es falsa!"). Por más admiración que tengo por Tommy Dreamer como persona y profesional, nunca fue un buen técnico sobre el ring. La rivalidad más famosa de la historia de la ECW, Tommy Dreamer v/s Raven, siempre fue más un asunto de historia, show y teleserie que un pleito basado en su habilidad sobre el ring. De los luchadores que llegaron a ser la atracción principal, solamente se podría mencionar a Taz y Rob Van Dam como buenos técnicos. Por otro lado, Balls Mahoney, Axl Rotten, Terry Funk, Cactus Jack, New Jack, Rocco Rock, Johnny Grunge, Sabu y otros eran luchadores hardcore dispuestos a saltar desde un edificio y rajarse la cara con vidrio molido con tal de entretener a los fans, pero pedirles una lucha técnica era como pedirle peras al olmo; por algo fue que, cuando la WWE contrató a varios de ellos el año 2006 para ser parte de su plantel principal, optó por mantenerlos en la carta media sin darles nada realmente importante que hacer.

¿Ustedes conocen a alguna buena luchadora que haya hecho su carrera en la ECW, o podrían mencionar un buen combate femenino de esa compañía? Es un hecho que la respuesta sería universalmente negativa, y esto se debe la misoginia que caracterizaba a la promoción de Filadelfia. Durante los años en que la ECW estuvo activa, las mujeres tenían una sola misión, y era la explotación sexual de su imagen. Francine, Chastity, Elektra, Beulah McGuillicutty, Kimona Wanaleia y otras muchachas salían al aire solamente para ser mostradas con fines lascivos. Esta situación llegó a un extremo vergonzoso cuando en una ocasión, mientras el staff del evento arreglaba unos problemas técnicos, Paul Heyman pidió a Kimona Wanaleia salir y ejecutar un strip-tease para distraer al público; la condición que puso Kimona fue que nadie grabase la ejecución y no fuese mostrada a la audiencia televisiva. Tristemente, Heyman no cumplió el acuerdo, se aprovechó de la confianza de su empleada, y esto culminó con la renuncia de Kimona a la ECW. Cuando las mujeres de la ECW no salían a explotar su sexualidad, solamente era para ser vapuleadas por sus pares masculinos después de intervenir en los combates. Por otra parte, luchadoras talentosas como Jazz integraron el plantel de la compañía, pero protagonizaron luchas para el olvido en un paso bastante fugaz.

Pero sin lugar a dudas los hechos más oscuros de la historia de la ECW fueron dos acontecimientos que rozaron el límite de lo criminal, de lo francamente delictual. El primero de ellos, el incidente de Mass Transit; para resumir el suceso en pocas palabras, basta decir que New Jack intencionalmente casi desangró con una navaja durante una lucha a Mass Transit, un muchacho de 17 sin entrenamiento de lucha libre. El hecho se agravó cuando se descubrió que Transit había mentido a Paul Heyman acerca de su entrenamiento, edad y experiencia; este incidente complicó en gran medida el funcionamiento de la ECW y daño la reputación de Heyman como promotor. El segundo de ellos fue el altercado que tuvieron los luchadores de la ECW con el staff de Xtreme Pro Wrestling (XPW) cuando estos últimos fueron a tratar de sabotear el evento de la promoción de Filadelfia. La pelea terminó con el staff de XPW brutalmente golpeado y ensangrentado en los estacionamientos. Este hecho se consolidó como una marca negra en la historia de la lucha libre norteamericana, y uno de los raros casos de agresión física entre promociones.

No me malinterpreten: me encanta la ECW, y por ningún motivo pretendo menospreciar sus
contribuciones al deporte. La rivalidad entre Tommy Dreamer y Raven es una de las mejores de la historia. Era un deleite para los ojos ver volar por los aires al gigante Mike Awesome. Las Triple Amenazas entre Super Crazy, Yoshihiro Tajiri y Little Guido eran un desplante de adrenalina y técnica sin igual. Las innovaciones de Rob Van Dam en la lucha aérea difícilmente tienen comparación. La entrada de The Sandman es sin duda una de las mejores de la Historia. Y así podría escribir otra larguísima columna hablando de las múltiples bondades que tuvo aquella promoción de Filadelfia. Pero con lo que discrepo completamente es con es la idealización absurda de parte de fanáticos que aún siguen atrapados en el pasado. La ECW, al igual que cualquier otra compañía de lucha libre, tuvo cosas buenas y cosas malas, y no es sensato pretender hablar solamente de las primeras. Siempre que se discute de lucha libre, al igual que con cualquier otra disciplina, debe hacerse con ojo crítico.
 
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor, y no necesariamente representan el pensamiento de alguna compañía de lucha libre en particular.

martes, 23 de febrero de 2016

De cero a héroe: la trayectoria de Alex Hero

Unos días después de que el público santiaguino vitorease a Scotty 2 Hotty, Carlito, MVP, Savio Vega y otros ídolos internacionales en el evento Full Destruction de Wrestling Superstar, me encontraba yo revisando mi canal de YouTube, y fue en ese entonces cuando encontré algunos viejos videos de lucha libre chilena, cuya existencia mi memoria había arrojado al abismo del olvido. Mientras revisaba si alguno de esos combates grabados con una cámara de ínfima calidad valía la pena, llamó mi atención un pequeño dark match que grabé cuando asistí de público a Xplosión Nacional de Lucha (XNL) el 21 de julio del 2013 (el cual pueden ver aquí) casi un mes antes de que LEGIÓN llevase a cabo su primer show. Lucha de relevos, tres contra tres: un combate de principiantes destinado a desaparecer del inconsciente colectivo en breves minutos, y si yo no lo hubiese registrado en aquel momento, es posible que ni recordaría haberlo visto. Mi sorpresa fue entonces enorme y no pude evitar sonreír al ver quiénes integraban uno de los dos equipos. Tres jóvenes con calzas de luchador torpemente elaboradas, con una movilidad aún más torpe sobre el ring, y sin una personalidad aún definidas. Dos de ellos arrastraban una trayectoria banal en empresas pequeñas, y el tercero por primera vez se presentaba en un ring frente al público. ¿Quiénes eran estos jóvenes? Se hacían llamar Coke, Javo Avilés… y un debutante: un tal Alex Gero.

12380058_10153900691956654_651353950_nCuando registré esa lucha en apariencia sin relevancia, jamás sospeché que no sería lo último que vería de estos tres muchachos. Diez meses más tarde, durante nuestro show del 18 de mayo del 2014, cuando en cartelera habían pactadas cinco luchas, se nos informó que se había agregado un sexto combate “invitado” por los Campeonatos en Pareja de XNL. Los campeones defendían los títulos contra unos contendientes muy particulares. Probablemente ustedes adivinan que se trataba de los tres jóvenes luchadores antes mencionados. Pero ya no se parecían en lo absoluto a los novicios que había visto con anterioridad: su cambio de apariencia los había vuelto irreconocibles. Lentes de marco cuadrado, camisas a cuadros, barbas extravagantes, calzas coloridas y una entrada al ritmo de Harder, better, faster, stronger de Daft Punk. A esto se sumaba la tendencia de promocionar sus luchas usando una cantidad insoportable de hashtags, interrumpir sus combates en medio de la reyerta para tomarse selfies, beber café del Starbucks por litros y anunciarse a ellos mismos al hacer su entrada. Coke, Javo Avilés y Alex Gero (o “Coke.com”, “#JavoAvilés” y “@lex Gero”, como se hacían llamar en su jerga posmoderna) se habían convertido en Los Instagrammers, un trío de luchadores hípsters. Como siempre los anunciaba Coke, ellos eran "lo más post, de lo post, de post, de lo post, de los post, de los post, (…), de lo postmoderno". ¿Cuál fue el resultado de este cambio de imagen?

12395113_10153900692011654_983367404_nSi algún luchador necesitara clases de cómo generar una reacción en la audiencia, tan solo debería consultar con Los Instagrammers. Decir que los muchachos generaban gritos entre el público es poco: se conviertieron en un éxito instantáneo como villanos. Los presentes, irritados con el estilo de vida del trío postmoderno, siempre alentaban para que alguien les diese la tan ansiada paliza que merecían. Porque seamos realistas: todos alguna vez hemos soñado con darles su merecido a gente que presume demasiado de su estilo de vida “alternativo”. Sin embargo, el odio del público en breves instantes se contradecía con el asombro que generaban las luchas del trío. Combates extraordinariamente rápidos, cargados de adrenalina y con movidas aéreas arriesgadísimas tenían a los espectadores al borde de su asiento de principio a fin. Los Instagrammers volvieron como invitados varias veces más a LEGIÓN y mantuvieron encuentros excepcionales, fuertemente ovacionados, contra equipos como Culto al Cuerpo (Pedro Pablo Subercaseaux & Límite), Shocko & Pyro y los muy experimentados Atemista & Vigilante X3MO. Su trabajo los llevó en diciembre de aquel año a ser premiados por el público como “mejores invitados del 2014”.

12395076_10153900691986654_1237839304_n12395659_10153900692036654_1346554192_nPero como todas las grandes alianzas de lucha libre, Los Instagrammers no iban a durar para siempre. El 16 de marzo del 2015, el trío tuvo su último combate juntos en LEGIÓN, tras lo cual Javo Avilés fue expulsado del trío; el término de la alianza llevó a los ex camaradas a una rivalidad que se prolongó durante meses, con Avilés buscando la revancha sobre sus antiguos aliados. Esta animosidad dio por resultado excelentes combates y trifulcas post combate. En ese entonces, Alex Gero y Coke habían pasado a formar parte oficial del plantel de LEGIÓN; además de tomar como maestro a Atemista, quien se encargó de pulirlos técnicamente, adoptaron una nueva actitud: ya no eran hipsters, sino un dúo de jóvenes cool, amigos de la fiesta, la juerga y la parranda. Calzas brillantes, lentes con luces y la actitud de excesiva seguridad sobre ellos mismos identificaban el nuevo carácter del equipo; ahora se llamaban simplemente “Coke & Gero”. Aunque no muchos tras bastidores estuvimos convencidos en un principio acerca del cambio de imagen, el tiempo le dio la razón al dúo, porque solidificaron su estatus como villanos: el público no soportaba ni su arrogancia, ni su traición a Avilés, ni sus artimañas poco éticas. Este estatus terminó de consagrarse cuando Coke & Gero formaron una nueva facción con el carismático argentino Jesse Lover y el talentoso técnico Salvatore Giuliano. Esta coalición denominada “Los Divinos” (o como Jesse Lover siempre los presentaba: “Para aquesshhos que no nos conocen, nosotros somos Los Divinos”) dominó la escena de LEGIÓN durante gran parte del 2015, y nunca fallaron en generar los abucheos de la audiencia. El cinismo y la soberbia, las estrategias poco éticas para ganar sus combates, su entrada vistiendo trajes caros y las antipáticas promos eran pecados que el público no estaba dispuesto a perdonar.

12395331_10153900692056654_1617693587_nPor aquellos días llegó entonces una noticia que remeció a la lucha libre nacional. El legendario ex luchador ecuatoriano y ex comentarista de la World Wrestling Entertainment (WWE), Hugo Savinovich, venía a Chile para llevar a cabo un evento sin precedentes. “Full Destruction”, como se llamaría el evento, iba a tener de protagonistas a leyendas como Matt Hardy, Scotty 2 Hotty, The Hurricane y Savio Vega, entre otros. Este anuncio dio pie a otro aún más impactante: una Batalla Real entre 20 luchadores chilenos había sido concertada, y el ganador se convertiría en Campeón Nacional y tendría la oportunidad de enfrentar a un ex WWE. LEGIÓN iba a ser parte de ese combate, pero aún faltaba escoger a sus representantes. Los Divinos, Coke, Alex Gero y Jesse Lover –quién, para ese entonces, había desplazado a Salvatore Giuliano como líder de la facción y expulsado a éste del grupo de una manera poco glamorosa– unieron fuerzas con un antiguo rival, Don Segundo Santamaría, para hacer frente al equipo de Owen, Koryo, Díxel y su ex camarada, Salvatore Giuliano (ahora bajo su vieja identidad de KC Rock) en una lucha de 4 contra 4 con eliminación. Quienes sobreviviesen a ese encuentro representarían a LEGIÓN en Full Destruction. El 6 de diciembre, en el evento Inmortales, el combate tuvo lugar; aunque Coke y Santamaría fueron eliminados de la contienda, esto no impidió que Gero y Lover marcaran el conteo final sobre Owen para ganar el ticket de ida a Full Destruction.

12386647_10153900692071654_1260048117_nFinalmente, el gran día había llegado. La expectativa del público era enorme con respecto al ganador de la Batalla Real, y muchos hacían sus apuestas. Lo que pocos sospechaban ese caluroso 13 de diciembre es que iban a ver en vivo el ascenso de una nueva estrella. Cuando el combate comenzó, la situación en un comienzo fue desesperada para LEGIÓN, puesto que Jesse Lover fue uno de los primeros eliminados por osar burlarse del público chileno; fue levantado por los aires por los brazos de varios luchadores y arrojado fuera del ring entre los vítores de los presentes. A medida que transcurría el encuentro, más luchadores eran arrojados por sobre la tercera cuerda, y la incertidumbre crecía en cuanto la audiencia observaba la carnicería sin fin. La audiencia contuvo la respiración en el clímax de la batalla: los últimos dos en competencia eran El Artista Anteriormente Conocido como Criminal, y Alex Gero. Tras un breve intercambio de golpes, Gero arrojó a Criminal por sobre la tercera cuerda en un inesperado desenlace para coronarse primer Campeón Nacional. No obstante, el nuevo monarca en el trono tuvo poco tiempo de celebrar. El luchador puertorriqueño y ex WWE, Carlito, hizo su entrada al ring, y tras felicitarlo, lo tumbó con un descomunal lazo al cuello. El combate estaba entonces pactado: Alex Gero v/s Carlito por el Campeonato Nacional de Wrestling Superstar.

12380534_10153900691991654_354011829_nAun cuando Alex tuvo poco tiempo de celebrar, lo cierto era que ya se había convertido en el primer Campeón Nacional Indiscutible. Por vez primera en muchos años, un campeonato importante ya no caía en manos de un luchador con años de trayectoria, sino en un joven relativamente desconocido para el gran público de lucha libre nacional. Abiertas se encontraban las puertas para una nueva era nuestro deporte. Era necesario entonces generar un cambio de imagen que simbolizara el inicio de este recambio generacional y una letra bastó para convertir al antiguo "cero" en "héroe": de Alex Gero pasó a ser Alex Hero. Muchos se mantenían escépticos frente a este inédito campeón, y dudaban de que el joven Alex tuviese lo necesario para cargar la corona con dignidad y darle prestigio al título. Mas el talento de Hero no defraudó en sus dos encuentros siguientes: una lucha singular contra el experimentado Montoya, y una lucha de relevos haciendo equipo con Bobby Lashley frente a Pablo Márquez y Montoya se encargaron en dejar en claro que no era un cualquiera quien había conquistado la corona del Campeonato Nacional Indiscutible, sino un luchador tremendamente talentoso, capaz de estar a la altura de un gran campeón.

¿Qué futuro le aguarda a la lucha libre nacional con Alex Hero a la cabeza? El futuro es incierto y muchas cosas pueden suceder, mas una cosa es clara: es una oportunidad que la lucha libre chilena no puede desperdiciar. La llegada de luchadores internacionales a Chile y la apertura a la posibilidad de que talentos nacionales viajen a luchar al extranjero con éxito es una chance que no se repetirá; por tal, los promotores y luchadores nacionales deben tomar esta ocasión con mucha responsabilidad. Si quieren levantar nuestro deporte, es imprescindible el que sepan mantener una actitud profesional: la ruta la hacen ellos al andar.

martes, 2 de febrero de 2016

Érase un arte olvidado al que llamaban "vender"


La lucha libre es diferente a los otros deportes de contacto en muchos sentidos. En el boxeo, el Karate, el Taekwondo o el Judo, el mejor peleador es aquel que consigue evitar la mayor cantidad ataques del oponente y a su vez consigue inflingir la mayor cantidad de ofensiva sobre el contrincante. Para los peleadores de estos deportes, ser atrapado con la guardia baja o sorprendido con algún golpe o derribada inesperada suele ser motivo de cierta humillación y generalmente los lleva a reevaluar su estilo de combate. En la lucha libre, en cambio, la realidad es otra: el buen luchador es aquel que no solo está dispuesto a golpear, sino a recibir voluntariamente una buena lluvia de azotes y patadas de parte del rival. ¿Cómo es posible concebir esta realidad, absurda a primera vista?

Mucho antes que golpear indiscriminadamente, arrojar a personas por los aires y ejecutar saltos por sobre las cuerdas, la lucha libre es una disciplina con un componente teatral. Lo que se ve en el ring no es estrictamente un combate, sino una representación del choque entre dos fuerzas antagónicas. Por regla general, hay un héroe (llamado técnico o face), hay un villano (llamado rudo o heel), y ambos deben luchar para obtener la victoria. Si bien esta estructura básica presenta variaciones, estipulaciones diversas y mayor complejidad en los protagonistas, la idea del enfrentamiento entre el bien y el mal siempre está presente, aún de manera implícita; siempre hay una historia que se cuenta. El público no va a ver tortazos sin sentido: quiere identificarse con alguno de los involucrados en el ring. En este sentido, la lucha libre se parece bastante más al duelo entre Macbeth y Macduff o a un enfrentamiento entre Green Arrow y Merlyn que a una pelea entre Fedor Emelianenko y Antonio Silva o Muhammad Ali y George Foreman.

Cuando se ejecuta una lucha, tanto el héroe como el villano deben tener algún grado de ofensiva; incluso cuando se trata de algún villano demasiado "poderoso", este debe tener algún punto débil, alguna esperanza para el héroe de lograr su cometido. Pero no basta con solamente recibir golpes: se debe conseguir que la ofensiva del contrario se vea verosímil: es lo que se llama vender (sell). El luchador debe mostrar como efectivos los efectos del ataque enemigo; aun cuando el luchador pueda aguantar los golpes y derribadas contrarias sin problemas, es su deber hacer que el oponente se vea bien frente a la audiencia. Si una de las partes se rehúsa a vender, el público no se involucra en la historia: el resultado es demasiado predecible o poco creíble. Los personajes absolutamente invencibles suelen tener poca cabida con el público; cuesta identificarse con ellos. Incluso luchadores con personajes sobrenaturales como Undertaker o Kane han demostrado tener puntos débiles; si siempre ganaran o nunca vendieran, la gente perdería interés en ellos.

Antiguamente, el no vender la ofensiva del oponente generalmente era una actitud tomada por ciertos luchadores, quienes desean castigar a su oponente por rencillas tras bastidores o tienen alguna discrepancia con el promotor, el libretista o las políticas de la empresa en la cual trabajan. En los años '80, uno de los casos más emblemáticos era el legendario Bruiser Brody: cuando se enojaba con alguno de sus colegas o con los dirigentes, simplemente dejaba de vender en mitad del combate y se quedaba de pie en el centro del ring sin hacer nada; en una ocasión humilló a Lex Luger en un combate en jaula durante un evento de la NWA en Florida cuando Luger lo golpeaba incesantemente y Brody no mostraba reacción alguna. También era una práctica adoptada por luchadores que se creen demasiado su papel de tipos rudos en el ring. También en los '80, los Road Warriors se volvieron bastante famosos por no vender jamás la ofensiva de sus oponentes, actitud que les acarreó muchos problemas con los promotores; en una ocasión, dado que Hawk y Animal persistían en su alarde de luchadores invencibles, el dirigente de la AWA envió a Stan Hansen y Harley Race, dos de los peleadores más duros de la época, a darles su merecido durante un combate en parejas. Por otro lado, Mil Máscaras no era un luchador que contaba con la simpatía de muchos de sus colegas, debido a su poca disposición a vender la ofensiva ajena. En resumidas cuentas, antiguamente el negarse a vender era una práctica de connotación negativa, asociada a falta de profesionalismo, disputas o exceso de ego.

¿Qué ha sucedido en los últimos años con el arte de vender? Con el auge del circuito independiente en Estados Unidos han surgido nuevos luchadores con movimientos nunca antes vistos y estructuras inéditas para armar las luchas, lo cual es una excelente innovación para la lucha libre. No obstante, junto con todo este avance surge también un retroceso, y es que el arte de vender se pierde poco a poco. Las luchas, que antes tenían un espacio para que el técnico y el rudo dominaran, ahora parecen encuentros de Ping-Pong; uno da un golpe, el otro responde, pero en ningún momento dejan que el otro luzca sus movimientos. Es bastante propio del circuito independiente ver a luchadores ponerse de pie después de recibir una enorme tanda de patadas, ser arrojados de cabeza o golpeados con objetos excesivamente contundentes. Esto se vuelve un problema por dos motivos: el primero, el que se resta verosímilitud y lógica al espectáculo: la lucha libre se vuelve poco creíble. Y el segundo, en el que la audiencia pierde interés en ver esa pelea: están tan ridículamente equiparados el héroe con el villano, o son tan invencibles ambos luchadores, que el público no tiene forma de identificarse con uno o con el otro; no hay tensión dramática que lo permita.

El afán de no vender se ha convertido en una pandemia de la cual Chile no se salva. Uno de los clichés más comunes en los shows es ver a ciertos luchadores ponerse de pie después del silletazo número treinta, incorporarse tranquilamente tras recibir una caída de cabeza afuera del ring o caminar como Pedro por su casa luego de quebrar con su cuerpo una mesa en llamas. Hay veces en que los shows parecen campeonatos de Ping-Pong por la cantidad de golpes y contragolpes dados sin dar posibilidad al otro de verse bien. Añade una cuota de humor al asunto cuando el luchador que se rehúsa a vender mide menos de 1,60 m y pesa menos de 60 kilos. Esto es síntoma de dos males: el primero, exceso de confianza en las propias capacidades o una propiocepción de "superestrella" por parte de algunos luchadores. El segundo, el que simplemente muchos luchadores chilenos no entienden en qué consiste el espectáculo de la lucha libre: se suben al ring, ejecutan piruetas, saltan, golpean, patean, pero en el fondo no tienen claro qué están haciendo.

Verse bien y hacer ver bien al oponente, dos conceptos que deben ir de la mano para lograr construir una buena lucha. Nuevos movimientos y nuevas formas de hacer los combates son completamente inútiles si no hay disposición para que el colega los pueda mostrar adecuadamente a la audiencia. Los luchadores contemporáneos deben recuperar el arte de vender si quieren mantener el interés el público por el deporte. Detrás de cada nueva estrella consagrada, existe un veterano que estuvo dispuesto a vender la ofensiva del novato para que este llegara al corazón del público. Cuando se entiende este concepto, la lucha libre cobra vida nuevamente e interesa a las nuevas generaciones.

lunes, 25 de enero de 2016

"Conocedor" de lucha libre: ¿En dónde se imparte exactamente esa carrera?

Cuando en una ocasión se entrevistó a David Belle, fundador del Parkour, sobre si él era el mejor en lo que hacía, la sabia respuesta que dio echó por tierra la altanera actitud de muchos traceurs que presumían en demasía su habilidad de saltar obstáculos y girar por los aires: "cuando practicas Parkour, logras hacer piruetas que no sabías hacer antes y que pocos pueden hacer, y esto implica que el ego aflore enormemente. Y si esto ocurre y empiezas a creer que eres el mejor, es cuando esto ya deja de ser algo entretenido". En nuestro mundo contemporáneo, donde el éxito personal es la medida de todas las cosas y la soberbia pan de cada día, una afirmación de ese tipo hecha por el fundador de un deporte, el cual se niega a mantener campeonatos para definir quién es el mejor, deja perplejo a cualquiera. Cuando Belle hace un llamado a la humildad, no es algo que interpele solo a los traceurs: es un llamado para todos.

La vanidosa creencia en la propia maestría acerca de una disciplina es un diluvio extendido sobre todas las actividades humanas, y la lucha libre no es un Arca de Noé. No obstante, la patología egocéntrica es comprensible entre luchadores y managers: cuando consigues hacer gritar al público por la emoción, la gente te pide fotos y autógrafos fuera del show, y posees una capacidad y habilidad física que el común de las personas no posee, se requiere de una gran virtud para impedir la salida a flote del Narciso que navega en la profundidad del alma humana. Es reprensible para los luchadores pecar de soberbios, pero se puede entender por el contexto al cual están sometidos constantemente; no son completamente culpables de su falta. Y no es al egocentrismo sobre las capacidades sobre el ring al cual apunta esta columna.

El ego de un luchador puede ser un gran monstruo; más esta bestia se convierte en un inocente conejito en comparación a la bestia pantagruélica que es el ego de un personaje aún más nocivo para la lucha libre que el luchador poco humilde. Hablo de esa especie de "intelectual" que invade páginas y foros de Internet y pretende saberlo todo. Me refiero al egresado de la carrera de "Conocedor de lucha libre". ¿Ud. no sabía que hay universidades e institutos técnicos que imparten esa carrera? No se disculpe de antemano: esa carrera no existe. A pesar de lo anterior, eso no impide que haya un grupo de supuestos conocedores, una alianza de sofistas, una secta gnóstica preocupada de molestar a todo el mundo acerca de sus inconmensurables conocimientos acerca de lo que ocurre dentro y fuera del ring.

Entre los usuarios de Internet en Estados Unidos, existe la famosa Internet Wrestling Community (IWC), los cuales son un enorme grupo de fans que analizan el estado de la lucha libre norteamericana. Este tipo de fan es bastante particular: se autodenominan smarks, contracción de smart mark, que traducido en un sentido amplio significa "fan de lucha libre inteligente". Esta distinción etimológica en apariencia inofensiva, en la práctica denota su actitud de superioridad intelectual con respecto al deporte, y solo es cuestión de mirar las petulantes declaraciones que suelen hacer sobre sus propios conocimientos, y la actitud quejumbrosa y malentendidamente crítica sobre las distintas compañias. Por fortuna, los smarks tienen una importante limitante en el mundo del wrestling norteamericano: son fanáticos que cuentan con una pésima reputación entre promotores y luchadores, y el concepto del smark generalmente se asocia al "ñoño", "geek", "fanboy", y otros términos despectivos para denominar a cierta gente que al parecer tiene poca vida social. El promotor o luchador que presta demasiada atención a las declaraciones de la IWC, suele ser tratado de estúpido o poco profesional por sus pares, y esto tiene una buena explicación: En primer lugar, estos fans suelen no pagar su entrada para ver los eventos, o consiguen mirarlos a través de formas ilegales. Y en segundo lugar, lo que estos fans conocen sobre lucha libre lo aprenden de YouTube, Wikipedia y otros sitios web; la información circulante no necesariamente refleja de manera íntegra lo que ocurre tras bastidores, las relaciones interpersonales entre luchadores, promotores y staff, o el enorme trabajo detrás de cada show. Cuando un fan decide volverse luchador, generalmente experimenta un potente shock inicial, puesto que se da cuenta que lo creía saber no se compara en lo absoluto a la vida real.

¿Qué ocurre en Chile? Los "ñoños" (como se les llama despectivamente a los smarks en nuestro
país), si bien tienen antecedentes de generar críticas ácidas y maletendidos, generalmente son pocos, y además muchos de ellos ayudan a la difusión de la lucha libre nacional. El problema del "conocedor" en Chile tiene otra dimensión aún más problemática: no viene del fanático, sino del luchador y del promotor. Existe en nuestro país un grupo de personas involucradas en los shows -al que todos conocemos muy bien, por lo que no es necesario dar nombres-  cuya principal distinción es vivir presumiendo sobre lo mucho que saben y generando conflicto entre compañías. No se trata de una compañía en particular: este grupo está diseminado por varias promociones nacionales, y por desgracia actúan como una manada. Generalmente se les ve provocando a colegas de otras agrupaciones, o dando críticas que rayan en lo absurdo. Varias veces me ha tocado leer sus argumentos: no pasan de ser opiniones personales que elevan a la categoría de verdades incuestionables. Suelen basarse en "reglamentos" completamente obsoletos en el año 2016, o en principios totalmente inventados que contradicen la experiencia real. Esta actitud de pseudo élite, de siutiquería en lucha libre tiene varias causas. Por regla general, son luchadores que han fracasado en consagrarse como tales, y prefieren optar por ridiculizar al resto para llamar la atención en lugar de esforzarse más, o bien se trata de promotores totalmente incapaces de dirigir una compañía que produzca interés entre los fanáticos, y deciden sabotear a los demás promotores en lugar de realizar cambios en su propia empresa. Estas actitudes se deben a un problema de cambio de mentalidad: aun cuando dicen que son profesionales, en el fondo siguen pensando como fanáticos. En resumidas cuentas, son personas con una enorme falta de autocrítica.

No tiene nada de malo leer biografías en Wikipedia o sitios especializados acerca de luchadores. Es interesante escuchar las declaraciones de luchadores cuando se cambian de promoción u opinan sobre un tema. Resulta una experiencia muy agradable juntarse con los amigos a ver un show o a conversar sobre lucha libre. Intercambiar opiniones sobre el deporte es una experiencia altamente enriquecedora. Cada luchador, promotor y fanático tiene derecho tener sus propias teorías sobre el deporte, compartirlas con el resto y ver hasta qué punto se cumplen. Todo esto son buenas prácticas si es que están amparadas en humildad y en disfrutar lo que se ve y hace. Como dice David Belle, si se empieza a pensar en uno mismo como un "experto" o "conocedor" del tema, la lucha libre deja de ser entretenida. Se convierte en un lodazal pestilente de donde sale hedor a soberbia. Mirar lucha libre ya no es divertido, sino una forma de vivir constantemente despotricando y amargado. Esta actitud nociva es algo que luchadores, promotores y fanáticos deben procurar erradicar del deporte. La lucha libre, como todas las actividades humanas, está hecha para ser disfrutada, no para presumir.

lunes, 11 de enero de 2016

A sabotear el show ajeno: Y en la práctica, tropecé yo mismo

Hace unos pocos días, el gran luchador enmascarado de FULL Antofagasta, Jack Dragon, dio una entrevista a Indy Wrestling CHILE en la cual tocó varios puntos que conciernen a la lucha libre nacional. Entre todos ellos, hubo uno sobre el cual tengo mucho que decir, y que motivó la columna de hoy.

Recuerdo muy bien aquel show del domingo 15 de noviembre del año 2015. Había mucha expectativa porque, por vez primera, venían a nuestra compañía luchadores provenientes del norte de Chile, además de haber preparada una interesante cartelera con nuevos luchadores y encuentros nunca antes vistos. No obstante, al comenzar el show, y durante todos los combates, una desagradable sensación me invadía; no tardé en captar que algo no marchaba bien con el público. La reacciones de este eran demasiado exageradas, y no dejaban a los luchadores hacer bien su trabajo. Al salir a revisar el por qué de esta situación, de inmediato comprendí de qué se trataba. Con verdadera vergüenza ajena -porque era una situación de un patetismo inusitado- observé que entre la audiencia estaban presentes integrantes -luchadores, managers y staff- de otra agrupación de lucha libre que, con el infantilismo propio de un niño en una pelea de pandillas rivales, habían venido exclusivamente a burlarse de nuestros luchadores y del show.

¿Les da vergüenza leer esta anécdota, verdad? Quiero aclararles, queridos lectores, que NO es la primera vez que me encuentro con esta situación. Es un cuadro con el cual llevo encontrándome desde hace cinco años al menos una vez al mes; si esta escena no ocurre en mi propia promoción, tengo la mala suerte de verla cuando voy de espectador al show de alguna agrupación amiga. De todas las malas prácticas que existen en la lucha libre nacional, el asistir como público a otras agrupaciones para sabotear el show o desquitarse con gritos de algún colega con el cual tienen mala relación es una de las más extendidas, y cuando no es la reina de las prácticas idiotas en Chile, al menos es una candidata segura al trono. Porque las consecuencias de esta práctica se extienden más allá del hecho de que haya "mala onda" entre promociones; es una actitud que le hace un daño inconmensurable a nuestro deporte.

No desesperen, señores patriotas, que esta práctica no fue invención de los chilenos. Asistir como público al show de otra compañía con la intención de hacer daño ya se ha visto en el circuito independiente norteamericano; no es un incidente frecuente, pero si ha ocurrido. El caso más tristemente célebre es el famoso altercado entre la Extreme Championship Wrestling (ECW) y la Xtreme Pro Wrestling (XPW). En esa oportunidad, luchadores de la XPW irrumpieron como parte del público durante el evento de la ECW en Los Ángeles, Heat Wave 2000. Aunque fueron expulsados del edificio por el equipo de seguridad, lo que vino a continuación no tuvo nada de glamoroso. En el estacionamiento del lugar, luchadores de la ECW se enfrascaron en una brutal pelea con el staff de XPW, el cual culminó con estos últimos arrojados por el suelo apaleados y brutalmente ensangrentados. Una mancha negra en la historia de la lucha libre norteamericana, y un claro ejemplo de las malas consecuencias derivadas de pretender sabotear a otras compañías mediante la asistencia malintencionada a sus shows.

Posiblemente ustedes no han oído hablar de XPW, y existen buenos motivos para explicar este desconocimiento. En su corto tiempo de vida, fue una promoción de muy mala reputación en el medio, y no es difícil entender el por qué. Rob Black, su promotor, era un tipo asociado al bajo mundo y poseedor de toda clase de malas prácticas; el haber enviado a sus empleados a sabotear un show habla precisamente del nulo profesionalismo de Black y sus luchadores. Lo mismo ocurre cuandi luchadores chilenos imitan este hábito: no solo habla muy mal de su nivel educacional, sino también de que difícilmente se les puede dar el título de "profesionales".

Un luchador o manager optando por asistir otra compañía con el propósito de hacer ver mal el show, es un hecho que habla mal de tres personas: de su maestro, de su promotor, y de él mismo. Es prueba de que su maestro probablemente solo le enseñó a rodar por el piso y a pegar, y nada de respetar el deporte. Es signo de que el promotor no se preocupa ni de la actitud -o aun peor, puede ser que incluso promueva esta práctica- de sus luchadores ni de la imagen que estos proyectan hacia el exterior. Y es franca revelación de que el sujeto en cuestión no puede llamarse a sí mismo "profesional"; no se da cuenta del daño que se hace a sí mismo. Porque la triste realidad es que el público reconoce a luchadores presentes entre la audiencia, y solamente puede reaccionar frente a ello con un suspiro de lástima. Suele suceder también que ciertos luchadores, ansiosos por conseguir algún favor de los dirigentes de su agrupación o congraciarse con ellos, pagan su entrada en alguna promoción con la cual sus jefes tienen alguna mala relación para interferir con el desarrollo del espectáculo; esto último habla también de la poca autovaloración de ellos mismos como luchadores, o de los absurdos extremos a los cuales están dispuestos a llegar con tal de conseguir algún mínimo beneficio.

¿Ustedes conciben que luchadores como AJ Styles, Mike Bennett o Zack Sabre, Jr., asistan a un show de la WWE a gritar insultos e intentar hacer ver mal el show? No hace falta ser un experto en el tema para saber la respuesta. Además del hecho de que sus compañías los sancionarían inmediatemente por falta de profesionalismo y dañar la imagen de la empresa a la cual pertenecen, ellos son profesionales lo suficientemente inteligentes para comprender la importancia de mantener buenas relaciones con otras promociones de lucha libre, porque algún día pueden terminar trabajando para estas o participando de shows interpromocionales. Cuando en Chile se lleva a cabo la práctica del sabotaje, ocurre también otro tipo de daño: el luchador se cierra a sí mismo las puertas para trabajar algún día en la agrupación a la cual insulta, y cierra también las puertas a cualquier intento de realizar un show interpromocional. En nuestro país existen centenares de "combates soñados" entre luchadores de agrupaciones distintas, los cuales no han podido llevarse a cabo por la estupidez de quienes insisten en promover la enemistad entre compañías.

¿Realmente crees, luchador chileno, que obtienes algún beneficio por ir a gritarle cosas a ese colega con el cual tienes bronca? Permíteme aclararte una cosa: no solo dañas tu imagen. No solo manchas la reputación de tu maestro. No solo das luces del tipo de persona que es tu dirigente. No solo dejas a tu agrupación en ridículo. No solo te cierras a ti mismo las puertas de una compañía que algún día te podría incluir en sus filas. No solo evitas la posibilidad de un buen negocio al impedir un memorable show interpromocional. Hay alguien más que sale lastimado: es tu propio deporte. Sí, la lucha libre chilena sufre un daño cada vez que aparentas ser rudo por ir a gritar tonterías a los shows ajenos. Porque la gente te ve actuando como un burro, y de inmediato se hace la idea de que por más que te llames a ti mismo "luchador", jamás dejaste de ser "fan". La gente te oye hablando de ti mismo como "profesional", pero en la práctica sigues siendo un "amateur". Por desgracia, si la gente ve que uno de nosotros actúa como aficionado, de inmediato piensa que todos somos aficionados. Y una lucha libre llevada a cabo por aficionados, es un espectáculo incapaz de despetar el interés del público.