3 de abril, 2016. Wrestlemania 32. Un grupo de seguidores de la lucha libre había organizado una junta en un bar-restorán de San Miguel, en la cual se había contratado una señal exclusivamente para ver el evento magno, y yo acepté la invitación. Ya me había juntado con amigos a ver Wrestlemania años anteriores, mas esta era la primera vez en que seguía el evento en compañía de gente completamente desconocida. Más de cinco horas estuve allí, y en una simple frase, debo decir que fue una experiencia inolvidable. A pesar de no estar presentes en el AT&T Stadium en Arling, Texas, los muchachos asistentes en el bar explotaban en vítores y aplausos como si estuviesen realmente sentados en las tribunas del estadio; de hecho, hubo gente que, sin haberse enterado siquiera del evento, se unió a la tertulia movida únicamente por la emoción de quienes se encontraban presentes en el restorán. Todavía recuerdo los gritos de sorpresa frente a cada movimiento suicida en la lucha Money in the Bank, los gritos dividos entre AJ Styles y Chris Jericho, las carcajadas frente a la cómica y curiosa entrada de The New Day, y todos los muchachos del bar pidiendo a gritos que alguien apagase las luces para disfrutar mejor la entrada de The Undertaker y la Familia Wyatt (¡y me aplaudieron bastante cuando me puse de pie y efectivamente apagué las luces a pesar de los reclamos del mozo!). Y uno de los momentos más alegres del evento para mí fue cuando vi a mi ídolo, el gran Stan "The Lariat" Hansen, al ser presentado luego de su inducción en el Salón de la Fama. Al finalizar el evento, estaba feliz; feliz como nunca antes había estado tras ver un show de lucha libre.
¿Por qué estaba tan feliz? La razón es muy simple, y no tiene nada que ver con el contenido del show, con la calidad de las luchas, con las apariciones sorpresa, con las
inducciones a la posteridad ni nada parecido. Estaba feliz porque, por
primera vez en mucho tiempo, podía disfrutar de un show de lucha libre
sin tener que escuchar las diatribas amargas de un montón de
"conocedores", preocupados de temas completamente irrelevantes. No había
nadie haciendo comentarios del tipo "es que había que darle un push a X", "a Y le hicieron un bury cuando perdió su lucha", "Z hizo botch cuando le aplicaron un shoot pin" y toda esa sarta de cursilerías y palabras rimbombantes en inglés aprendidas en Wikipedia o alguna página de cualquier "iluminado" de turno. Si es que había algún personaje de aquellos, en la tertulia no tuvo cabida alguna. Allí estábamos todos haciendo lo que le corresponde hacer al público de lucha libre: disfrutar el show. Departíamos como amigos, a pesar de que nos conocíamos entre nosotros, y la pasábamos bien viendo los tortazos sobre el ring. Nada de pseudointelectuales, nada de smarks, nada de reclamos sin sentidos. Solamente humildes espectadores pasándola bien.
Hay espectáculos buenos y espectáculos malos. Hay eventos entretenidos y eventos aburridos. Hay veces en que el desenlace de un espectáculo nos puede dejar felices, otras veces nos puede decepcionar. Mas lo cierto es que cuando se va a ver una obra de teatro, película, musical, partido de fútbol o cualquier otro evento público, el común de la gente va con la esperanza de pasar un rato agradable, no a fijarse en tecnicismos sin relevancia. Quien va a un espectáculo con la predisposición de amargarse por cualquier nimiedad, es muy probable que termine amargado al finalizar el evento. Y quien sigue un deporte, arte o cualquier otra disciplina, y solamente está dispuesto a ver el lado negativo, termina por perderle el gusto, y suele transmitirle esa amargura a otros. Jay Jay French, guitarrista de Twisted Sister, retrató de manera magistral esta realidad en un discurso dado durante un concierto el año 2015:
La gente se pregunta por qué bandas como Dio, Motorhead
y nosotros seguimos volviendo a tocar en lugares como este.
Hay una razón: las bandas de los '80 no están jodidamente
deprimidas como todas estas nuevas jodidas
bandas (aplausos del público). Lo único que estas jodidas bandas hacen es
llorar, llorar y llorar: "mi vida apesta, mi novia apesta, mi trabajo
apesta, mi jefe apesta, mi mamá apesta". ¡Si están tan jodidamente
deprimidos,
vayan a un jodido psiquiatra y dejen de contaminar el putísimo aire!
(aplausos nuevamente). ¡Los '80 se tratan de estar en una fiesta, y eso
es lo que
hace divertido (el rock)!
Ya he hablado acerca de los smarks y la percepción que tienen los luchadores y promotores acerca de ellos en una columna anterior. Queda a discusión si son un aporte o un estorbo para el negocio, pero lo que es innegable es que entre las malas costumbres que estos personajes han introducido en la lucha libre es la actitud del hater, ese desagradable personaje que critica de manera negativa cualquier cosa que se atraviese en su camino. No importa si el evento es el más grande de la historia, no importa la calidad de los luchadores sobre el ring, no importa si fue una lucha de cinco estrellas: el hater hace sentir su odio sobre lo que vio, y se empeña en que otros compartan su odio. Suele ocurrir que esta gente afirma que determinado luchador del circuito independiente nunca llegará a la WWE porque esa empresa no sabe apreciar el talento, y otros argumentos incomprensibles. Si ocurre que el luchador mencionado recibe contrato de parte de Vince McMahon, generalmente el supuesto conocedor dirá que la nueva contratación está sobrevalorada, o que ha sido mal libretada ("bookeada", porque el smark solo utiliza tecnicismos en inglés). Tras ver un evento, el clásico comentario omitido es el de "no veo nunca más WWE" (promesa que nunca jamás va a cumplir). Puede parecer cómico, y efectivamente lo es; pero se vuelve un desagrado cuando estos personajes no permiten a los demás disfrutar del show. Llenan las redes sociales de comentarios negativos, y al final dejan la impresión en los demás de que la lucha libre es un espectáculo indigno de ver. Lejos de ayudar a mejorar el show, solamente contribuyen a alejar a posibles nuevos fanáticos y convierten el mundo de la lucha libre en un antro de sabihondos.
No estoy diciendo que no se puede ver la lucha libre con ojo crítico. Hay malos luchadores, hay malas luchas, y hay malos shows. Yo mismo tengo mi propia opinión acerca de los luchadores que conozco, y varias veces he creído que un show se podría haber hecho mejor. Lo que no es concebible es esa actitud caprichosa de pretender que todo está mal. Conocer unos tecnicismos y haber leído unas pocas biografías en Wikipedia no puede convertirnos en una camada de supuestos "intelectuales", sabihondos y amargados. Hay un placer que nunca se puede olvidar, y es el de disfrutar el show. El pasarlo bien viendo lucha junto a los amigos. El aplaudir a los favoritos, el abuchear a los villanos. El sorprenderse con una llave, movida, técnica o pirueta bien hecha. El admirar a quien se sube al ring, soñar con estar en sus zapatos, o querer ser como él. El ver a las viejas generaciones encontrarse con las nuevas, y emocionarse cuando ocurre un combate soñado. El apoyar a ese novato que aspira a conseguir la gloria. La lucha libre, en último término, lejos de cualquier análisis que se puede hacer sobre ella, está hecha para ser una fiesta, y eso es lo que la hace divertida.
Las opiniones vertidas en este blog son de exclusiva responsabilidad
del autor, y no representan necesariamente el pensamiento de alguna
compañía de lucha libre en particular.
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